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martes, 28 de julio de 2015



DISCIPULADO No. 20
LA DISCIPLINA DEL DISCIPULO



La Divinidad, el Ser Único, el Absoluto indiferenciado, es la Realidad subyacente a toda manifestación. Toda expresión de vida surge de Él y es Él simultáneamente. Él es sin tiempo ni espacio y permanece en perfecta quietud. No tiene atributos porque no puede ser calificado, ya que esto implicaría la existencia de otro diferente de Él que lo observara y lo comparara con algún otro distinto. Pero siendo Él el Uno sin segundo solo puede en realidad observarse a Sí mismo.

 La Creación surge a partir de un juego en el que la Divinidad se recrea. Desde su omnipotencia genera en Sí mismo un velo, el Velo de la Ilusión, el cual le permite ocultarse de Sí mismo en un aparente vacío de autoconsciencia, y proyectar una ilusoriedad. Esa ilusoriedad cósmica genera la apariencia del espacio, del tiempo y de la multiplicidad. Eso es la Creación. El Absoluto juega a verse a Sí mismo a través de la multiplicidad.



La creación es como un gigantesco espejo cósmico que se rompe en infinitos pedazos por efecto de la ilusión. En cada fragmento se refleja la Luz, la misma Luz Única, y en cada fragmento existe el vacío de auto consciencia. Al reflejarse el Uno en cada fragmento, oculto de Sí mismo, parece ser muchos. El juego consiste en revelarse en cada fragmento, liberándose del ocultamiento que le hace creer que, sumergido en cada aparente parte del espejo, es en ella un ser individual, separado de su esencia subyacente. El grado de ocultamiento en cada fragmento depende del punto del espacio y el tiempo en el que se encuentre. Tiempo y espacio solo existen dentro del vacío cósmico y determinan un acontecer, un devenir, un movimiento ordenado llamado evolución, movimiento propio de la Creación, afectada, debido a este cambio continuo, por la Ley de la impermanencia, en la que todo nace, muta, se transforma y muere.

Todos los aparentes seres de la Creación son la Divinidad misma expresándose en la multiplicidad, bajo el velo ilusorio que le sumerge en la dualidad y desde la cual Él, en profundo ensueño cósmico, puede verse con atributos, con cualidades diferentes que en esencia son una con Él pero que se ven como aspectos diferentes bajo el velo, al igual que los colores del espectro  o el arco iris que surgen de la luz blanca al atravesar un prisma o finas gotas de lluvia suspendidas en el aire.



Así como el septenario espectro de luz blanca contiene tres colores básicos primarios (amarillo, azul y rojo), de cuyas mezclas binarias derivan otros tres secundarios (verde, violeta, naranja) y un séptimo color, el púrpura, que proviene de mezclar los tres primarios, el Absoluto se proyecta a través del velo de la ilusión en un espectro de cualidades en el que hay tres atributos  básicos fundamentales: Existencia, Consciencia y Gozo o Felicidad.  Están en relación con los aspectos de Poder-Voluntad, Actividad-Creación y Amor-Sabiduría y con las tres fuerzas básicas de la Naturaleza divina: Destrucción o Disolución, Creación y Conservación.



La Existencia del Absoluto se revela en la Eternidad. Él es sin principio ni fin. No tiene origen y jamás morirá. La Consciencia del Eterno se revela en la Omnisciencia, el conocimiento total y perfecto de todo lo que es, es decir de Sí mismo. Es perfectamente auto consciente. La Felicidad divina se revela en la quietud. El es perfectamente inmutable y por lo tanto nada le perturba.


El aspirante al discipulado y el discípulo trabajan en armonía con estas tres elevadas cualidades. Tres disciplinas surgen de esta resonancia: la disciplina de la Existencia divina, la disciplina de la Consciencia divina y la disciplina de la Felicidad divina. Tres caminos, que a la vez son uno solo, se abren para llegar a las puertas de la Divinidad y vivenciar sus cualidades. La disciplina de la Existencia se desarrolla por el Camino de la Meditación. La disciplina de la Consciencia implica el Camino del Conocimiento y la disciplina de la Felicidad se practica en el Camino de la Imperturbabilidad.


El Camino de la Imperturbabilidad se conquista mediante la Devoción. El devoto confía totalmente  en el Absoluto por que ha hecho una entrega total de su yo o ego inferior. Esto solo se logra cuando se comprende que todo lo que ocurre a nuestro alrededor y en nuestro interior está sucediendo en el tiempo correcto, en el lugar correcto, del modo correcto y  al sujeto correcto.

No existe la más mínima posibilidad de error porque la Creación es un sueño de la Divinidad y como tal es un sueño perfecto porque el Absoluto así lo es. Lo bueno o malo de lo que sucede solo son calificativos de nuestra mente que surgen de nuestro condicionamiento. La mente genera resistencia frente a la realidad cuando lo que acontece está en desacuerdo con las expectativas del ego. Las aparentes nieblas que a veces empañan nuestras vidas son recursos de la Divinidad para presionar a la Chispa de la Llama Eterna que subyace a nuestra realidad y hacer que se expanda. Cuando las sombras acosan a la luz, la flama  del alma se acrecienta. El dolor que tortura la mente revela la cantidad de ego que hay en ciernes, insistiendo en ver injusticia y error para velar la apreciación de la verdad.

Todo lo que llega a nuestras vidas está ahí porque nosotros mismos lo hemos convocado con nuestros actos, sensaciones, emociones, pensamientos y palabras. La tapa de la mente consciente cubre el baúl de la memoria inconsciente y supra consciente para ocultar las causas generadas en el pasado, en esta y en vidas anteriores. Todo lo que es permitido que suceda es perfecto y frente a ello no debe el discípulo emitir queja alguna. No hay en realidad víctima alguna en ningún proceso en el que surja el sufrimiento.

También debemos permanecer imperturbables cuando aparecen aquellas cosas o seres que nos traen placer. La alegría debe estar todo el tiempo en nuestro corazón pero ella está lejos de la risa y cerca de la sonrisa. La risa es más propia del ego y la sonrisa es un asomo del estado de felicidad en el que el Ser vive permanentemente. Disfrutar placer y evitar el dolor son mecanismos del yo  que impiden percibir la serena quietud de la felicidad.

El discípulo debe permanecer imperturbable, no importa qué o quién nace, no importa qué o quién permanece y no importa qué o quién muere. La comprensión de que el tiempo en el que sucede cada nacimiento, cada muerte o cada hecho de supervivencia es el tiempo perfecto revela la humildad del caminante.

La sabia abuela, de quien recibí grandes enseñanzas durante toda mi vida y por cuya sangre fluía la sabiduría de la antigua tradición muisca afirmó una vez: “ni uno solo de nuestros cabellos, ni una sola hoja de un árbol, caen al suelo sin la Voluntad de Dios”.

Una mente perturbada por las emociones y los sentimientos es como la superficie de un lago azotado por una tormenta. No se proyecta en ella imagen alguna o lo poco que se visualiza está distorsionado. Pero cuando la tempestad cesa y el agua está en calma, se ve hacia adentro el fondo del lago y a la vez se contempla el reflejo de lo que está arriba. Así, la mente en serena quietud permite ver con claridad nuestra realidad interior y también la belleza de la Divinidad que se proyecta en la Chispa de la Divina flama que fluye en la estructura.

Cuando la serenidad reina en el ser, cuando nada nos perturba, cuando la mente calla, acepta y percibe simplemente, cuando las emociones y sentimientos permanecen en reposo, la perfecta quietud de la felicidad se revela en toda su plenitud, más allá de la alegría y de la tristeza, más allá del dolor y del placer.

Quien permanece a los pies de los Maestros permanece a los pies de Dios pues un Divino Avatar, un Hermano Mayor, es un Iluminado en el que la Luz de la Divinidad arrojó de sí toda sombra de yoidad, toda bruma de egoísmo. La personalidad que allí vivió alguna vez se diluyó totalmente en el infinito mar de la Divinidad. El devoto sabe que en su Maestro la Divinidad se manifiesta en total revelación y es el reflejo perfecto del Ser único que subyace a toda estructura de la Creación.


La fe del discípulo en la Omnipotencia divina y en la Omnipresencia, manifestadas por el Maestro, le hacen sentir que sin importar lo que suceda todo está bien, todo está bajo control y todo hace parte del Plan Divino diseñado por el Creador para su creación. Si hay perturbación, el discípulo mira cuáles son los vientos egoicos que osan perturbar la paz y les ordena aquietarse tal como lo hizo el Divino Rabí de Galilea cuando la barca en que viajaba amenazaba con hundirse. Al igual que sus angustiados apóstoles le despertaron para que calmara la tempestad, el discípulo tiene confianza en el poder del Maestro y despierta a la Divinidad durmiente en él, cada vez que las sombras amenazan con opacar la luz.


El Camino del Conocimiento se conquista mediante la comprensión de las cosas que atañen a la Divinidad y sus revelaciones, mediante Ritmo y Regularidad en el Estudio. El estudio profundo es la gimnasia de la mente que fortalece la estructura para convertirse en una vasija de alta capacidad receptiva. El conocimiento es revelado al discípulo de acuerdo con la medida de su vasija.


En el Camino del Conocimiento hay tres portones: el portal de la mente racional llamado la Puerta de Hod, el portal del Entendimiento, llamado la puerta de Binah y el portal de la Sabiduría o puerta de Hochmah. Una vez traspuestos los tres por el discípulo, se llega al santuario de la Consciencia verdadera.

La Puerta de Hod es el habitáculo del ego. Es el nivel de la mente ordinaria, que siempre trata de entenderlo todo a través del intelecto, de la argumentación, de la memoria, del silogismo gobernado por la simple aprehensión, el juicio y el raciocinio. Es el nivel de la letra muerta de las Escrituras sagradas y de las enseñanzas de los Maestros de Sabiduría.

La Puerta de Binah o Portón de Budhi es el nivel del intelecto puro. Es el nivel donde la sabiduría que viene de adentro es organizada por la mente y esbozada en términos de enseñanza clara y concisa. Este portal permite percibir la enseñanza contenida en la metáfora, en el símil, en la percepción intuitiva, los cuales están más allá de las palabras. En este nivel, la percepción sutil de la realidad puede organizarse para ser revelada en palabras. Este portal abre la mente al conocimiento de las Leyes de la Creación, de sus patrones de organización, patrones de evolución y patrones de disolución.

Para traspasar este portal es necesario dejar atrás todo fanatismo, superar todo separatismo, toda idea de que la única verdad es poseída por una sola creencia, por una sola religión o por un solo linaje de enseñanza. El guardián de este portal exige tener mente abierta, tolerancia, desapego, capacidad de síntesis, habilidad de traducción simbólica, percepción intuitiva despierta y ausencia de terquedad intelectual. En este portal es necesario ver que el lenguaje de Dios va más allá de las palabras humanas y puede ser interpretado de diversas maneras, todas congruentes con la realidad. En este portal, el intelecto es puesto en orden y toda basura mental debe ser desechada.


La puerta de Hochmah es el nivel de la Sabiduría. Está más allá de las palabras y por ende de los pensamientos. En este portal, la Sabiduría se precipita en forma instantánea cuando la mente piensa o cuando la boca habla. Hay un flujo directo desde la montaña de la Omnisciencia Divina que se precipita como una hermosa cascada de sapiencia. Lo que se percibe solo puede ser traducido en palabras o en pensamientos en forma fidedigna por aquel que ha desarrollado el Entendimiento en el portal anterior. De lo contrario solo causará confusión o tal vez locura. Es el nivel de un discípulo muy avanzado o de un Maestro. En este nivel ya no se requiere de libros o escrituras. Hay un contacto directo, sin intermediarios.


Una vez pasados los tres portales, el Ser contactará con la Consciencia pura. Se hará Omnisciente y podrá contemplar a cabalidad todo el Plan Divino, sin la sombra de la duda, sin traducciones, sin simbolismos y con certeza absoluta de la Verdad. En este nivel la Sabiduría no fluye hacia el ser. El es la Consciencia de la Sabiduría. La Sabiduría es una experiencia directa.


La disciplina del Camino del Conocimiento real debe abordarse mediante el estudio metódico de Escrituras sagradas o textos que revelan la enseñanza de los Maestros. Se sugiere la ayuda de un guía y la formación de grupos serios de estudio para no perderse en el gigantesco mazé (laberinto con caminos sin salida) de las cosas escritas. Un experto sugerirá los textos que realmente conducen por este camino a lugar seguro. Si vamos de la mano del Maestro, el nos hará llegar en orden los textos adecuados. Se han de estudiar escritos de carácter profundo que logran sacar a la mente de su nivel ordinario racional. El estudio así hará que el cerebro trace nuevas rutas de conexiones neuronales y preparará la estructura para el advenimiento de una forma diferente de cognición, más allá del portal de Hod.



El Camino de la Meditación se conquista mediante la práctica intensa de esta disciplina de aquietamiento que conduce a la percepción de la Existencia Divina en la Eternidad. Previo a este Camino es necesario haber hollado los campos de la observación y la concentración. La observación profunda no es un método nuevo para mirar el yo. La mente suele enredar al aspirante en este nudo. La atención debe ser enfocada en observar los movimientos de la mente. La concentración es atención focalizada en un solo objeto, una sola imagen, un solo tema. Con ella se rompe la divagación mental generada por el vicio de asociación de pensamientos, imágenes, palabras, conceptos, hechos etc. La atención es la fuerza que dirige a la mente.

 La meditación busca el silencio total de la mente mediante la atención puesta en el Sí mismo, la realidad subyacente a todo ser. La meta de la meditación es el estado de Iluminación, la revelación suprema de la Divinidad en la estructura. La Meditación es un estado de perfecta quietud del cuerpo y sus percepciones sensoriales, es un estado de ausencia de emoción y sentimiento ordinarios y de ausencia de pensamientos y de su séquito de palabras e imágenes. La técnica de la Meditación conduce lentamente al practicante a un estado superior de cognición, más allá del pensamiento inicialmente y luego más allá de la percepción temporo- espacial, es decir de la dualidad. En esta forma distinta de cognición se alcanza la disolución del ego, rompiéndose la identificación con la personalidad. La ilusoriedad es despejada y el ocultamiento de la Divinidad termina, al romperse el triple velo de la Ilusión.

Quien comienza a percibirse como Existencia Eterna elimina de su vida todo temor porque llega a la comprensión de que nada en realidad puede destruirle. Quien comienza a percibirse como Consciencia se hace permeable al infinito manantial de Sabiduría y quien comienza a percibirse en estado de  Felicidad Divina alcanza la perfecta Imperturbabilidad.

La triple, y a la vez una, disciplina de Existencia, Consciencia y Felicidad conducen al discípulo realmente a los pies del Maestro, esa Puerta Sagrada, ese Divino Avatar a través de quien la Divinidad se revela en plenitud.

Meditación, Conocimiento e Imperturbabilidad, alcanzados mediante Quietud perfecta, Ritmo y Regularidad en el estudio y Devoción, son las llaves que abren las puertas del Reino Interior. La disolución del ego, la Sabiduría y la alegría perenne son las bendiciones que recibe el discípulo que sigue esta disciplina.


Alipur Karim