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jueves, 1 de noviembre de 2012


DISCIPULADO No. 8

EL DISCIPULADO Y LAS ATADURAS DEL EGO





En el Sendero hacia el discipulado, el Yo Interno, también llamado Yo Superior, Triple Espíritu, Ego ,Habitante Interior, Ser Interior, Self, Jivatma, Atma-Budhi-Manas, el cual no es otra cosa que la proyección del Triple aspecto de la Mónada o Chispa de la Divina  Llama, esa maravillosa faceta deL Creador que se ha contraído en ciertos mundos de elevada vibración para desenvolver de sí misma la Omnipotencia, Omnisciencia y Omnipresencia Divinas, se esfuerza por disolver las poderosas fuerzas de cristalización propias del proceso creador, para permitirse a sí mismo la expansión gradual de la consciencia Infinita latente.

 El aspirante al discipulado, trabajando desde este centro, se esfuerza por correr los velos que permiten la irrupción de la luz cósmica, en diversos grados y etapas llamadas iniciaciones. Intenta con gran trabajo purificar sus vehículos de expresión: físico, etérico o vital, astral y mental inferior, también llamados en conjunto naturaleza inferior, cuaternario inferior o personalidad. Estas estructuras temporales son renovadas en cada encarnación conforme a patrones arquetípicos propios de cada ser evolucionante individualizado. Estos patrones son modelos de un gran conjunto de improntas grabadas desde anteriores encarnaciones en el llamado átomo simiente, un poderoso condensado de información que posee cada vehículo y que se despliega o desenvuelve gradualmente desde el nacimiento hasta alcanzar el mismo nivel de la vida anterior, durante los primeros cuarenta y nueve años de existencia.

 Durante la reconstrucción todas las improntas se convierten en poderosas fuerzas que moldean el cuerpo, la vitalidad, las emociones y el pensamiento y dejan ver tanto el desarrollo realizado como las falencias, que normalmente se traducen en defectos e impurezas de la personalidad que han tomado el comando de las estructuras y que en su conjunto constituyen el ego (con minúscula inicial para diferenciarlo del Ego, con mayúscula inicial, sinónimo este último del Yo Interno. Cuando el Yo superior inicia el trabajo de depuración, el ego reacciona fuertemente, con gran intensidad, intentando conservar el control del territorio. Este ego ha sembrado los vehículos de fuerzas que generan compulsiones, obsesiones, enfermedades, manías, fobias, sentimientos negativos, emociones destructivas, pensamientos condicionantes y toda suerte de energías que llevan al Yo Superior a obnubilarse y caer en la ilusión de ser este conjunto de cuerpos que buscan la autosatisfacción, encaminando al ser a vivir una vida en la que busca el placer para sí mismo sin la intención de compartir, lo cual se denomina egoísmo, la sombra poderosa del Ser Interior que lentamente teje el velo que oculta la luz cósmica.


 La decisión de entrar en el Sendero del Discipulado obedece a un llamado interno  propio del ser que se está hastiando de su propio egoísmo y en resonancia con el hecho de que tal vez un Maestro de la Jerarquía ha puesto sus ojos en el destello de luz que emana del aura del aspirante. Frente a este esfuerzo que genera pequeños despertares de claridad, como la aurora que precede al día, las fuerzas de la oscuridad actuando a través del vínculo directo con el ego del caminante, halan poderosamente, intentando desviarle de su cometido. Surgen entonces una multiplicidad de situaciones distractoras o de anclas poderosas que aprisionan al ser, tratando de impedir su avance. Algunos se refieren a estos eventos como pruebas que imponen los Maestros. No hay tal cosa ya que mal harían tan exaltados seres tratando de tentar al neófito, tarea que corresponde más bien a los ángeles del abismo. Es simplemente el resultado del movimiento de fuerzas encontradas en polaridad en el propio ser o dicho de manera más sencilla es su propia batalla entre el bien y el mal. El Karma acumulado pasa su cuenta de cobro para que el individuo se enfrente a sus propias falencias y desaciertos mediante su propia consciencia. Si se evade el proceso de comprensión consciente, los vínculos de relación se activarán de tal manera que el ser atraerá a su alrededor a aquellos que son su perfecto espejo de luz y sombra, situación que de hecho está contemplada en el plan inicial de encarnación ya que la decisión de entrar al discipulado está de seguro incorporada dentro del abanico de posibilidades del plan individual. Si aún así el aspirante evade la solución de los grandes conflictos que aparecerán y se activarán con fuerza en sus relaciones, simplemente caerá en la vía del dolor antes de ver realmente la luz del Maestro.

La entrada en el discipulado tiene un precio: el desarrollo de un plan de  rectificación de los patrones arquetípicos de los átomos simientes que generan la personalidad presente para llevarlos a resonar con el patrón arquetípico del plan de la creación. El desfase entre estos dos patrones constituye el karma. Si no se ha comenzado el proceso de rectificación no hay Iniciación, no hay Discipulado y no hay realmente un sendero hacia la luz. Toda distracción a este proceso de corrección es una poderosa artimaña del ego para no perder su terreno. Si el candidato no está alerta, surgirán a su alrededor muchos obstáculos frente a los cuales tomará las decisiones que más le convienen a la personalidad, mientras su Yo Interior obnubilado dormita. Surgirán tanto en su mente como en su alrededor ambiente otros atractivos intereses, otros aparentemente extraordinarios planes, otras personas que llamarán su atención y lo sacarán de  sus planes de estudio, de los grupos de trabajo, de sus momentos de introspección y de sus intereses trascendentales, perdiendo gradualmente la conexión con la fuerza del Maestro. El ego lo meterá en caminos donde irá en pos de reconocimiento o de un anteriormente soñado éxito.  Los apetitos, compulsiones, hábitos, deseos y sueños vanos crecerán como por encanto cerrándole el paso a sus nobles propósitos y si no está atento resbalará y caerá en senderos donde nuevamente será atrapado por el mundo, desconectándose del modo consciencia y pasando al modo ilusión. Para el ego será más importante un evento de fiesta, un partido de fútbol, un programa de televisión, una parranda o un momento de efímero placer que un espacio de meditación, un grupo de estudio o un momento para escuchar la voz interna o la enseñanza del Maestro. El ego es el maestro de las evasiones, las distracciones y las disculpas que apartan al aspirante del Sendero de la disciplina propia del Camino del Logro Interior.

De otra parte, ciertos karmas pendientes que el individuo espiritual ha decidido saldar por la vía de las relaciones se harán evidentes y probablemente cobrarán fuerza. El aspirante debe resolver cuanto antes esta situación, generando una solución armónica frente a toda situación conflictiva susceptible de ser resuelta por la vía del perdón, el diálogo y la reconciliación mutua, con propósito de cambio positivo o poner distancia ante lo que no puede resolverse o donde no hay mutuo acuerdo. Esto implica un acercamiento amoroso a ciertas situaciones y seres o un distanciamiento igualmente amoroso y sin conflicto, de otros. El permanecer en tensión generará energías que servirán de abono a todas las emociones, sentimientos y pensamientos negativos que trabajan a favor del ego. La tensión del conflicto de relación también abona la sombra del otro y se convierte en fuerza magnética negativa que roba la paz necesaria al proceso de desarrollo espiritual.


En la pertenencia a grupos del discipulado, guiados por un Maestro o discípulo aceptado, el ego suele desconocer el esfuerzo y el tiempo de los otros y el desbalance que se genera al estar entrando y saliendo de los círculos magnéticos positivos que generan la poderosa luz circundante que se produce como efecto sinérgico del trabajo asociativo. El avance de la oleada grupal genera una fuerza que eleva la vibración áurica de quienes trabajan mancomunadamente. El alejamiento y distracción hacen que el estudiante se retrase en nivel. Al regresar puede sentirse en disonancia o generar perturbaciones vibratorias.  En este sentido es importante desarrollar un alto grado de compromiso, sin que esto atente contra la libertad del individuo o lo lleve al incumplimiento de obligaciones reales contraídas a nivel familiar o social. Quien se retrasa y regresa debe adelantarse para entrar en la onda en el nivel más alto. Si no se hace así esto se parecería al caso de un músico que temporalmente deja lo orquesta en mitad de un concierto y vuelve al rato a tocar la partitura en el punto donde él iba, en lugar de adelantarse para acompasarse con toda la orquesta.

Sin duda alguna se preguntarán cómo puede suceder que los convocados por el Maestro puedan resultar atrapados por las ataduras del ego. Es necesario recordar aquí que el llamamiento es hecho con base en ese pequeño resplandor lumínico del aura del candidato propio del comienzo del despertar de la consciencia superior. El Maestro sin embargo es incapaz de traspasar el límite de auscultación y no entra en el campo de información del pupilo sin su autorización. El Maestro se enfoca de  hecho más en la luz que en la sombra  y brinda la oportunidad con este criterio. La disciplina a seguir y la actitud del estudiante determinarán la vía de aceptación definitiva al discipulado. Cabe recordar aquí las palabras de Cristo al respecto: muchos serán los llamados y pocos los escogidos.

Si de algún modo sientes el llamado al discipulado, recuerda que debes haber pasado primero la etapa de probación. No se trata aquí de pertenecer o no a alguna fraternidad en especial sino de haber vivenciado el proceso. Luego habrás sido guiado a algún grupo de trabajo especial liderado por un discípulo. Si has sido llamado directamente por el Maestro es porque en anteriores vidas ya transitaste las previas etapas o ya has entrado en el sendero de los discípulos aceptados. El número de personas encarnadas  y desencarnadas que han despertado la luz de la consciencia superior es de aproximadamente el 0.001% del total de seres individualizados, lo cual asciende a unas 600.000 personas en este planeta. De estos, hay unos 70.000 encarnados.  De estos, han sido aceptados como discípulos unos 10.000 encarnados y unos 50.000 desencarnados aproximadamente. Dentro de estos están por supuesto todos los Iniciados que pertenecen a la Jerarquía o Gran Hermandad Blanca, quienes conforman las Escuelas u Ordenes de Misterios a cuya cabeza están los Hermanos Mayores de la Humanidad, seres excelsos que trabajan bajo la directiva del Cristo.



Si eres uno de esos seres que han sido llamados recuerda que perteneces a esa pequeña minoría que va a la vanguardia de la evolución y que como tal debes dar ejemplo viviente, enarbolando a tu paso el estandarte de la bondad que caracteriza a los avanzados de la humanidad y que de hecho debes convertirte en uno de los grandes servidores del mundo, en uno cuya luz alumbra el camino de los que vienen atrás, sin vanagloria ni deseo de reconocimiento, sin esparcir sombras en el sendero, pues como dijo el Gran Maestro Cristo, quien desee ser el primero que sea el último y el servidor de todos.

Si te dejas obnubilar por tu propio ego caerás en sus trampas y ataduras y muy seguramente verás a los demás desfilar ante ti  y pasarte de largo en busca de más altas cimas, en tanto que serás puesto en la retaguardia y deberás esperar una nueva oportunidad en otra vida, después de que elimines la escoría que dejará en tu alma el karma acumulado.

Es importante que los candidatos estén vigilantes de su propia llama y no dejan que el viento impetuoso de la personalidad desbordada apague la candela que con tanto esfuerzo han logrado encender. Termino esta lección con las palabras del iluminado Alcione:
“Quien la palabra del Maestro anhele,
de sus mandatos póngase en escucha
y entre el fragor de la terrena lucha,
su escondida luz atento cele.”

Adelante amigos, arriba y hacia adelante siempre, siempre,

Alipur Karim






lunes, 10 de septiembre de 2012


DISCIPULADO No. 7

ROMPIENDO EL VELO MENTAL



Recordando nuestro trabajo mental en el discipulado, tres velos han de ser corridos para hacer contacto con niveles superiores de consciencia: el velo astral, el velo mental y el velo espiritual. Ya hemos visto cómo la ruptura del velo astral implica el ser conscientes de cómo el pensamiento es modificado por la emoción  y el sentimiento y está asociado a individuales recuerdos arquetípicos mentales y emocionales que están actuando automáticamente en nosotros desde el momento mismo en que fueron implantados. Estos individuales arquetipos emocionales actúan como improntas que condicionan nuestro actuar, hablar, sentir y pensar y nos llevan al desarrollo de hábitos cuyo poder trasciende a la muerte. Los llevamos encarnación tras encarnación. Cuando los hábitos son dañinos para otros o para sí mismo se convierten en verdaderas anclas que impiden el progreso evolutivo y el desarrollo de la consciencia.

Cuando nos hacemos totalmente conscientes del pensamiento condicionado por la emoción y tratamos de corregir nuestras tendencias mediante la voluntad que conduce a la recta acción, entramos primeramente en el mundo del sentimiento o emoción cósmicos originales arquetípicos y posteriormente comenzamos a entrar realmente en el mundo del pensamiento puro. Para hacerlo realmente es necesario descorrer el velo mental generado por el pensamiento crítico destructivo, cuya fuente son los juicios, tras de los cuales se halla el egocentrismo que constantemente busca encontrar fallas en otros para hacer que el ser egóico se sienta superior a los demás. Igualmente, los pensamientos asociados a la maldad, propia de la naturaleza inferior que busca su propia obtención de satisfacciones egoístas sin importar si esto genera daño colateral, forman una espesa cortina que impide la percepción del pensamiento arquetípico puro. El sentimiento cósmico puro que es la fuente que nutre al verdadero místico y el pensamiento abstracto puro que es la fuente que nutre al verdadero meditador contemplativo constituyen verdaderamente dos grandes poderes del alma.  Estos dos no pueden ser percibidos en tanto no se purifiquen el pensamiento ordinario, el habla y la acción.

Purificar significa literalmente eliminar impurezas y aquí se refiere a las pesadas cargas de las emociones negativas, los pensamientos destructivos o distorsionados, los malos hábitos mentales y las acciones de maldad. Todo esto constituye un pesado fardo que hunde al ser en los niveles más densos de cada mundo y lo acercan más hacia la animalidad, en el sentido en el que solo buscará la satisfacción de emociones y fuerzas instintivas que le permiten la supervivencia. Aliviar la carga permite elevarse a los niveles superiores de cada mundo y contactar con la fuerza espiritual de alta vibración que por allí fluye y la cual a su vez constituye un escudo poderoso contra las vibraciones negativas de las impurezas.

El pensamiento se proyecta al habla y ésta a las acciones. Un hombre puede ocultar la naturaleza de sus pensamientos pero no la de sus palabras ni la de sus acciones. Estas dos cualidades del ser nos sirven para evaluar la calidad del pensamiento ordinario y el tamaño y fuerza del ego. Romper el velo mental implica abandonar por completo ese pensamiento ordinario, lo cual implica abandonar totalmente las vanas palabras y darle a éstas el verdadero sentido de su poder. Igualmente implica alejarse de las vanas y perversas acciones. Esto implica la liberación total del condicionamiento mental.

Un caminante del sendero puede lograr con eficiente persistencia la ruptura del velo mental. Para ello es fundamental que vigile el mecanismo del pensar. Se trata de pensar acerca del proceso mismo de su pensamiento. Es necesario darse cuenta de que el pensamiento ordinario divaga, saltando de una idea a otra, de una imagen a otra, siguiendo descontroladamente el mecanismo automático de asociación, como una mariposa que vuela de flor en flor. En este proceso recorre los archivos mentales de memoria, efectuando constantemente un proceso comparativo entre lo que percibe y lo que está guardado en los depósitos de la mente, allí donde está justamente todo el condicionamiento que es preciso dejar separado en el proceso del pensar. Igualmente, la mariposa mental va del pasado al futuro centrándose ordinariamente en lo que vivió, dándole especial y fuerte valor a la experiencia personal como si fuera la fuente de máxima sabiduría y no teniendo en cuenta que cada ser humano vive la experiencia desde su propia distorsión de la realidad. Y si no ha superado totalmente la conexión entre pensamiento y deseo, el cual es la más poderosa garra del ego, la mente volará al futuro, soñando despierta con la satisfacción de sus anhelos. El pensamiento ordinario se mueve constantemente en una línea del tiempo, hacia adelante y hacia atrás y rara vez se centra en el presente.




Es necesario, para entrar en el reino del pensamiento puro, enfocar la mente en el aquí y ahora, todo el tiempo, sin distracciones. Prueba de ello será que en las conversaciones, consigo mismo o con otros, la palabra se referirá al presente y evitará volar, a través de descontrolados mecanismos, hacia historias paralelas, hacia comentarios personales, a veces jocosos, que no vienen al caso, para resaltar la experiencia o el conocimiento de la experiencia de otros, todo lo cual no es más que un excelente truco del ego para mostrarse docto  o llamar la atención y en el peor de los casos para sabotear al interlocutor tratando de ganar protagonismo.. Este juego de la mente en el tiempo o secuencialidad remite constantemente al pensador a mecanismos racionales y le distancia por completo de la mente intuitiva, del mundo del pensamiento abstracto puro.

Romper el velo del pensamiento es impedir la interferencia del yo en el proceso y terminar con la divagación mental y la fluctuación. Es terminar también con la recurrencia a abrir archivos de memoria. El pensamiento puro no es el resultado de la memoria. Reducir el proceso mental a recordar es un completo desperdicio de energía y poder.

Cuando se logra entrar en el estado del pensamiento libre de emoción y sentimiento, la mente adquiere fuerza y poder telepático. Cuando se entra en el mundo del pensamiento  abstracto puro, se conecta con un mundo extraordinario de luz interior que le permite a la mente obrar sobre la realidad. El pensamiento puro reviste a la totalidad de la mente y la palabra corregida toma el lugar del pensamiento mariposa, lo cual conduce a acciones coherentes con el mundo interior. Si todas estas vestimentas del ser, a saber, acciones, palabras y pensamientos, son rectificados, las superiores cualidades del sentimiento cósmico y el intelecto arquetípico puro que conecta con la luz interior, pueden entonces ser manifestadas para iluminar no solo al ser que se purifica sino a todo lo que está a su alrededor, con un poder real y efectivo. Las inconsistencias e incoherencias en el pensar, sentir, hablar y actuar, solo mostrarán un proceso mental contaminado, propio de seres donde el ego gobierna,  que no ejerce un poder de transformación real ni tiene ningún poder consciente sobre la realidad. El único poder de una mente mariposa que lleva a un hablar vacilante y cambiante, a hablar por hablar, por llenar espacio de conversación y a un actuar desordenado, es el poder de atraer automáticamente el karma, que no es otra cosa que el desorden que el ser mismo ha generado.


Si bien la meditación es un excelente ejercicio para la observación de nuestro mecanismo del pensar y para el desapasionamiento de la mente, rompiendo la conexión entre pensamiento y emoción o sentimiento,  la actitud contemplativa, el observar simplemente lo que es sin que la memoria o la definición limitante intervengan, sin que la mente reaccione para estar o no de acuerdo con la realidad, es un ejercicio elevado que aquietará a la mente mariposa y la desconectará del vaivén temporal, es decir de ese ir y venir hacia el pasado y el futuro que nos alejan de la magia del eterno presente.

Si deseamos alcanzar la paz permanente, lo cual es el estado de perfecta dicha o felicidad, en ausencia de cualquier forma de sufrimiento, es necesario elevarnos al mundo del intelecto puro, lejos de toda forma primitiva u ordinaria de pensar. Hay que estar atentos, en estado de alerta permanente, en paz, para alejarnos de cualquier conexión del pensamiento con la emoción, con el pasado, con nuestra historia personal que no es otra que la historia del ego. También es necesario aclarar constantemente la mente en relación con lo que ocurrirá. Hay que apartar la mente de ello y esperar pacientemente y con sosiego la realización del único plan que existe que es el Plan del Creador. Si el pensamiento lleva a la ensoñación despierta movido automáticamente por los deseos del yo, hay que frenar este desperdicio de energía. Solo si se alcanza una plena fusión con el Creador se puede tener certeza del futuro; mientras tanto solo damos lugar a vanas especulaciones de la mente.

Constantemente debe el aspirante al despertar de la consciencia superior traer a su mente al presente, al aquí y ahora y aplicar su voluntad a la corrección de los vicios del  pensamiento, teniendo la claridad de que recordar no es vivir sino simplemente repetir una y otra vez la historia egoica del ilusorio yo y soñar con el futuro no es más que recrear el guión de una nueva novela en la que el yo cambia la escenografía y tal vez el personaje pero en el fondo sigue siendo el mismo actor. Estas dos cosas nos atrapan en la ilusión de la eternidad de esta personalidad, es decir en la trampa del yo, del ego.


El aspirante neófito puede sentirse aterrorizado cuando intenta permanecer en el presente pues si no recuerda su historiografía personal y no cede a la dulce ensoñación del mañana sentirá de repente que hay un gran vacío en el que seguramente puede dejar de existir. Hay que desterrar este temor ya que lo único que ocurrirá es que se comenzará a vivir realmente, lejos de la ilusión sensorial y del falso mundo creado por la mente que vive en el nivel del pensamiento ordinario. En ese vacío surgirá la luz de la sabiduría y se precipitará a la mente un verdadero raudal de conocimiento cósmico, pues la mente dejará de ser una vasija oscura y caótica para convertirse en una mente iluminada cuando el yo se diluya y se funda con el vasto océano Divino al igual que un río que ha llegado al mar.  Todo el karma acumulado cesará en ese preciso instante. Todo sufrimiento habrá dejado de ser en esa mente libre que ha roto el segundo velo.

Alipur Karim  



lunes, 23 de julio de 2012


6a. LA EXPRESION AFECTIVA


Toda entidad humana maneja una serie de energías, y una de ellas, la emocional, se convierte en una fuerza importante para examinar, debido a que impulsa fuertemente a los hombres a relacionarse bien o mal con sus semejantes. Cada vez que un individuo recibe una impresión, ya sea interna o externa, en respuesta se produce un movimiento emocional interno que toma una forma y un color característicos, los cuales se observan en el Mundo de las Emociones. Lo anterior se conoce como emoción o sentimiento. Sin embargo, el hombre tiene una gran necesidad de expresar esas emociones, de derramarlas sobre cualquier cosa o persona; esto se conoce con el nombre de afecto. Estos últimos se dividen en afectos de atracción o de repulsión. Entre los primeros tenemos toda la gama del amor, la simpatía, la amistad, la benevolencia, la devoción, la admiración, etc. y, en la categoría de los afectos por repulsión, todas las variantes del odio, la antipatía, la enemistad, la malevolencia, el antagonismo, etc.

Si buscamos la causa más profunda que impulsa al hombre a expresar sus afectos, quizás podamos dar una respuesta que satisfaga nuestra inquieta mente. En nuestro pasado evolutivo nos diferenciamos dentro del Creador, por la contracción de su Voluntad, en entidades  aparentemente individuales, en Chispas de la Llama Divina. Esa individualización creó un gran vacío espiritual en el hombre, pues éste se sintió separado de aquello que lo sostenía. No obstante, esa idea es únicamente una ilusión, ya que nunca hemos salido de Dios y en él vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser. La idea de separatividad causa en el hombre una gran necesidad de expresar y de recibir el afecto, con el fin de encontrar la parte perdida, la cual no es otra cosa que la unión total con la Fuente Original.

 Cada vez que nacemos recapitulamos etapas anteriores de evolución, bien sea en el seno de nuestra madre física o en el de la madre tierra, en las cuales incubamos los vehículos que nos conforman actualmente. Cuando estamos en el vientre de nuestra madre, tenemos sentido de unidad, ya que recreamos esa etapa de la historia en la cual la humanidad estaba inmersa en el seno de la Divinidad y no tenía ninguna sensación de pérdida. En el momento en que nacemos y en los primeros meses de vida, aún estamos en contacto muy cercano con nuestra madre; ella no se separa de nosotros para nada. Durante ese tiempo seguimos con esa sensación de unidad y todas las cosas parecen como una continuación de nosotros mismos. Para un bebé no hay algo fuera ni dentro de él; por el contrario, ese algo que le rodea es parte de sí mismo. Con el paso del tiempo el niño va estableciendo una consciencia de individualidad. Cuando diariamente se le dice “¡no toques eso!, ¡cuidado con las cosas de la mesa! o “no toques a fulano” etc., se va inculcando en su memoria que hay algo que está fuera de él, y en la medida en que la madre le da  mayor independencia, irá ahondando en la creencia de separatividad con todo lo que le rodea. Es precisamente esa creencia lo que ha originado en el inconsciente humano, a través de las edades, una herencia de vacío afectivo o una sensación de ser criaturas carentes de amor. Y el remedio a esas dos erróneas sensaciones se pretende encontrar en la expresión de los afectos.

Debido a lo anterior, el hombre interactúa con los demás, y el juego constante que establece en el dar o recibir, le va mostrando las graduaciones de sus emociones y si es el caso su nivel de evolución. Examina, por ejemplo, los sentimientos internos generados en respuesta a impresiones de lo que está fuera de él; también percibe las simpatías o antipatías que despierta en los demás, el grado de percepción de los sentimientos de otros y su nivel de sensibilidad. Si balancea las simpatías o antipatías que despierta en sus relaciones, quizá puede medir su grado de evolución; si es bajo, las criaturas que lo rodean le producirán generalmente aversión. Si por el contrario está en las filas de los pioneros de la humanidad, los demás seres despertarán constantemente en él una gran simpatía. De igual forma ve que la expresión de sus afectos no siempre es una comunicación honesta, sincera, clara y transparente; no es fácil. En los primeros intentos de acercamiento, la fuerza que se expresa no es la del Espíritu de cada hombre, sino la de sus energías constitutivas, las cuales están en continua fricción. De hecho, cada individuo experimenta una división entre lo que es su Espíritu y lo que son sus pensamientos, sus emociones y sus fuerzas vitales, de tal forma que no siempre lo que el Espíritu siente es lo que se expresa. En el común de los mortales, lo que se irradia es únicamente la fuerza emocional vivida y ésta es una energía que apenas está aprendiendo a manejar el género humano. Unido a lo anterior, la convicción de que estamos separados del resto del mundo altera aún más la expresión del afecto, y esto influye notoriamente en nuestros contactos espirituales, los cuales se limitan sólo a los obtenidos a través de las emociones, los pensamientos o las fuerzas físicas.

Otro factor que impide una expresión correcta del afecto es la memoria. Nosotros actuamos de manera automática motivados por el archivo de imágenes o de emociones, y nuestras reacciones se modifican o colorean por ellas. En el momento en que vivimos una situación determinada inmediatamente recurrimos al archivo del inconsciente y, por asociación, tendemos a reaccionar con el mismo sentimiento con que lo hicimos en una experiencia similar del pasado. Los afectos no escapan a ese proceso automático e inconsciente, y es así que, cuando una persona ha tenido experiencias desagradables muy fuertes con alguien en especial y éstas no han sido procesadas convenientemente, ante el encuentro de la misma clase de individuos, se despiertan quizás sentimientos de antipatía. Si la relación inicial fue de afinidad, la cercanía de individuos parecidos hará que se actúe igualmente de manera simpática. 

Nuestras expresiones de afecto pueden verse afectadas por exceso, por defecto o por tergiversación o enmascaramiento. El exceso se da cuando el individuo, ante el gran vacío afectivo o la imperiosa necesidad de ser amado, trata de buscar una manera de comunicarse excesivamente con aquellos que él desea que le quieran, bien sea una mascota, una familia, una persona del sexo opuesto, la naturaleza, su nación, su gobierno, Dios o la vida misma. Esta clase de personas suelen extralimitarse en el contacto físico y pueden recibir la aprobación o el rechazo de aquel con quien interactúa. Si el otro individuo ha tenido experiencias benéficas en el contacto, será muy bien recibido; si por el contrario sus acercamientos físicos han sido traumáticos, la respuesta será de rechazo, especialmente cuando sienta que están invadiendo su propio espacio.

Una persona con un gran vacío afectivo se apega muy fácilmente a los seres que le rodean, siendo ésta otra señal que caracteriza los afectos por exceso. Generalmente el individuo expresa contantemente su amor hacia los demás sólo con la intención de llenar el vacío interior. Cuando los individuos están presentes y le proporcionan lo que él necesita, se siente pleno y feliz; pero cuando ellos faltan, experimenta nuevamente su vacío interior y esto lo lleva a buscar su cercanía nuevamente. Así continúa su vida; contactos que van y vienen, los cuales lo conducen a un círculo vicioso que le ocasiona dependencia, origen de mucho dolor y sufrimiento.

Podemos concluir entonces que el apego tiene como raíz final un vacío afectivo, que hace que el individuo se acostumbre a una corriente de ir y venir de los afectos, la cual se convierte en una necesidad. Lo anterior también conduce a los individuos a tener predilecciones en la expresión de los afectos. Cuando sólo se ama a los que ofrecen estabilidad, los demás pasan a ser individuos con los cuales no se debe interactuar, pues de ellos no se recibe beneficio alguno. Así toman importancia extrema la familia, los parientes, y aquellos que dan lo que se necesita: comida, sexo, dinero, amor, expresiones afectivas, etc.   

Pero existen otras formas, aparentemente muy buenas, enmarcadas también en afectos por exceso. Por ejemplo, si alguien busca un acercamiento con Dios, excluyendo a una pareja o a la familia, y tiene una gran necesidad afectiva que no se ha sabido asimilar convenientemente, puede habituarse a una comunicación frecuente con Dios, con la única intención de recibir aquello que tanto necesita. Así, cae en una mística desbordada que lo conduce al fanatismo, o a la intolerancia por otras formas de religiosidad. Muchos seres con fuertes vacíos afectivos enrolan las filas de grupos religiosos, dirigidos por seres oportunistas y explotadores que se lucran fácilmente con esos mendigos de amor. El exceso de afecto, por otro lado, puede llevar al soberbio a buscar el reconocimiento como una forma de ser querido. Esta clase de individuos pretenden desarrollar una habilidad que momentánea y aparentemente los ponga en un nivel superior a los demás, y así, al ser admirados, también se sienten queridos. No siempre una persona notoria surge debido a un verdadero deseo de crecimiento, sino impulsado por una gran necesidad afectiva. El constante beneplácito de los demás únicamente ensalza el ego o sea los vehículos que permiten la expresión del Espíritu, de tal suerte que el vacío afectivo del soberbio nunca se llena y el individuo seguirá buscando mayor reconocimiento. Toda su vida se convierte en un reto para subir escalones más altos que los demás, no importa el precio que él o los demás tengan que pagar: hipocresía, ostentación, vanidad, menosprecio por otros, dictadura, etc. Otra forma de afecto por exceso puede llevar a la persona a la lujuria, que es la obtención de placer a través de los sentidos. En el caso de los afectos, toma importancia la voz, la mirada y el contacto físico, especialmente en el plano sexual. Con frecuencia en la calle se ve a muchas personas mirando a otros lujuriosamente, motivados únicamente por un vacío afectivo que se quiere satisfacer. A estos individuos por lo general se les juzga como personas desagradables cuando en realidad están sedientos de la energía del amor.

La expresión de los afectos por defecto es debida a los bloqueos internos, los cuales se originaron probablemente por situaciones no procesadas, por rechazos o por antipatías ocurridas en el pasado. Ante situaciones similares y para evitar nuevamente la sensación de rechazo o la frustración, se inhibe la expresión del amor. Puede ser el caso de niños maltratados físicamente por sus padres o educadores, o niños nacidos en hogares con padres poco expresivos y con temor al contacto físico, o individuos violados en su intimidad, etc. Hay por doquier seres humanos indiferentes a las caricias, otros incluso sienten dolor al contacto físico y a veces se tornan agresivos. En ocasiones a estas personas se les mira mal, se piensa de ellas que son frías, odiosas o calculadoras, siendo en verdad individuos con mecanismos de protección, que usan para no revivir experiencias traumáticas del pasado y que, como escudos metálicos, impiden la expresión adecuada de los afectos.

La tergiversación ocurre cuando el inconsciente, al darse cuenta de nuestra necesidad afectiva y la de los demás, utiliza el arte de la manipulación de los afectos, para saciar los deseos de algo o para recibir amor. El niño es el mejor exponente de este mecanismo. Cuando él ansía algo ardientemente y su madre se opone, entonces la enoja con aquello que la irrita y así llama su atención. La madre, al querer calmarlo, generalmente cede a sus caprichos, proporcionándole aquello que exigió. La melosería puede ser otra forma de manipulación: si me das lo que quiero te regalo un abrazo o un beso. Los adultos no escapan a estos dos tipos de manipulación; incluso algunos caen a merced de la voluntad de otro, con la intención de recibir el amor que aparentemente los llena. Muchos individuos acceden a prácticas extrañas en sus relaciones sentimentales o sexuales, con el fin de tener a su lado a quien ellas creen les proporcionan amor, así sea por breves instantes de tiempo.

Lo cierto es que esta mecánica de los afectos, no nos permite ser auténticos en la expresión del amor. Si fuésemos genuinos, únicamente el amor que surge del Espíritu fluiría en cada momento de la vida, no sólo en el sentir, en el mirar, en el tocar, sino también en toda forma de lenguaje y de contacto con los demás. Esto sería extraordinario; no habría vacíos afectivos en los individuos ni exceso de expresión en los afectos; tampoco existiría defecto en la expresión del amor, porque el archivo de experiencias desagradables de la memoria no manejaría nuestras vidas ni mucho menos coartaría nuestra libre expresión. Ahora bien, si rompemos con la errónea ilusión de separatividad y nos sentimos parte de la Energía Una, de la naturaleza, de la tierra, de la humanidad y de otros seres vivos, entonces nuestro afecto será auténticamente la fuerza del amor que fluye desde la Divinidad, y por siempre estaremos colmados de dicha y de paz, pasando de ser receptores a dadores del amor universal.

Cada individuo debe mirar cómo expresa sus afectos y esta tarea es relativamente fácil. ¿Qué sensación experimentamos cuando despertamos simpatía o antipatía de los demás? ¿Qué sentimos cuando alguien nos toca? ¿Cómo recibimos la expresión de los afectos cuando hay contactos con los familiares, con los amigos, con los compañeros de trabajo, con personas del mismo sexo, etc.? Examinemos si el contacto que hacemos con los demás es verdadero o sólo busca llamar la atención. El contacto físico puede evocar en el cuerpo sensaciones diversas como temor, rechazo, y a través de ellas podemos descubrir si la capacidad de dar o recibir los afectos se encuentra condicionada por la experiencia. Si hacemos un balance de ese tipo de sensaciones podemos revivir el archivo que existe en la memoria.

Todo lo anterior vale también para nuestra expresión visual o lingüística. La palabra nunca sale vacía ya que esconde tras de sí una emoción asociada. Es bueno aprender a descifrar el tono y el timbre con el fin de descifrar si la palabra lleva odio, amor, resentimiento o cualquier otra emoción. La auto observación es la herramienta que tenemos siempre a mano para ver nuestro interior afectivo y determinar si existen oscilaciones entre el defecto o el exceso y/o el enmascaramiento; así logramos medir el nivel de fluctuación y romper las formas negativas de comunicación amorosa. En ese trabajo de observación diaria no debe existir juicio, análisis ni ninguna búsqueda de explicaciones; simplemente debemos estudiar las expresiones afectivas, aceptarlas y luego trabajar conscientemente sobre ellas, para expresar o recibir correctamente los afectos. De igual forma, debemos romper con la ilusión de separatividad, rescatar la idea de la unidad y permitir la expresión del ser espiritual que mora en nuestro interior. 

 El Espíritu no tiene forma, dimensión ni límites y constantemente podemos sentir las emociones, los pensamientos, o las fuerzas vitales de otros. El Espíritu está por encima de todo y puede romper las barreras de espacio, tiempo y separatividad. Esa realidad, que despierta con el contacto espiritual verdadero, permite ver que todos los seres están dentro de Dios y a su vez eliminar la necesidad de ser queridos. Es así como la expresión afectiva se vuelve completamente desinteresada, libre de exigencias, condicionamientos, bloqueos o inhibiciones. Sólo así encontraremos por fin aquello que ha buscado la humanidad por miles de años: paz interna y externa. 

Los afectos miden nuestro fluir de la energía del amor; la manera como expresamos el afecto es una medida perfecta de cómo nuestro amor fluye hacía la vida misma. Si hay bloqueos y temores para expresar el amor a los demás, ese mismo cerco lo tenemos hacia Dios, porque nuestros semejantes, no son otra cosa que la manifestación de la divinidad. Si las experiencias desagradables con otros nos producen conflictos o distanciamientos, esas separaciones nos indican también conflictos con Dios. Sólo uno como individuo es el causante de esa separación y no tiene su origen en las demás personas. Uno es el sembrador que en el pasado plantó la semilla del conflicto. Para unirnos con la Fuente Original debemos eliminar de nuestra vida las malezas que nos impulsan poderosamente a fricciones con los demás, especialmente con los allegados. Eso se logra con una auto observación diaria. Si así lo hacemos, cuando nos preguntemos acerca de la calidad de nuestros afectos, podremos contestar correctamente si existen bloqueos en ellos o si utilizamos el arte de la manipulación o las otras formas de expresión negativa de los afectos.

De igual manera, debemos hacernos conscientes de que los demás también tienen sus bloqueos en la expresión, pues ellos tampoco se han visto libres de experiencias adversas que los llevan a actuar de determinada manera. Todo aquel que odia es porque ha amado mucho y seguramente no encontró la reciprocidad esperada. El resentido es probablemente una víctima de maltratos pasados. Si logramos la comprensión de que aquel que tiene un bloqueo en la expresión de los afectos, sólo tiene en su interior el dolor, trataremos de ser más tolerantes y comprensivos. Cada vez que entremos en relación con alguien, miremos ante todo nuestra actitud, ya que a través de la interacción descubriremos el lado oculto que no vemos en soledad. La vida misma se encarga de mostrarnos lo que no queremos admitir de nosotros y en los allegados está la clave para saber cómo somos interiormente, pues ellos sólo reflejan ese lado oscuro que no aceptamos. La ley de afinidad que opera en el Universo nos pone en relación directa con aquellos seres que son como nosotros, y ellos deben ser considerados, no para manipularlos, criticarlos o juzgarlos, sino para conocernos interiormente. Los otros tienen algo que nos pertenece y nuestra responsabilidad es descubrirlo.

Cuando hayamos alcanzado el contacto real y verdadero con nuestra fuente divina, el amor no será más una fuerza encadenada y fluirá espontáneamente a todos los seres por igual, sin importar las barreras del sexo, de la nacionalidad, o de la creencias. Todas esas expresiones de exclusividad como el creer que procedemos de familias distinguidas o que tenemos unos hijos especiales a los que debemos amar por encima de los hijos de otros, finalmente dejarán lugar a la idea de unidad con todas las cosas; el amor individual será ilimitado y pasará a cobijar a todos los seres vivos. Si en algún momento de la vida un individuo de estas características se ve separado de sus familiares, no buscará a otros para conquistar nuevamente el afecto, sino por el contrario, será el amor mismo, y éste fluirá de adentro hacia afuera espontáneamente cobijando a todo ser viviente. El amor dejará de ser externo y todos los gestos lo reflejarán: la palabra se volverá armoniosa, la mirada será diáfana, el contacto será real y esas expresiones llegarán directamente a todos los corazones, despertando el amor que yace en el interior de los demás.

José Vicente Ortiz (A.K.)




DISCIPULADO No. 6
De vínculos, amores  y apegos

En este mundo que alumbramos a expensas de las percepciones sensoriales que transformamos en imágenes, ideas, formas y conceptos,  hacemos distinciones entre lo que llamamos seres y los dividimos en cosas,  los seres que llamamos vivos  y las ideas. Vivimos nuestras experiencias rodeados de todos ellos. La repetición de éstas y la cercanía nos llevan a crear vínculos o relaciones fuertes con todo lo que está a nuestro alrededor, enfocando en ellos nuestras  fuerzas vitales, emociones y sentimientos y también nuestras ideas. Vamos creando necesidades corporales, vitales, emocionales, afectivas, mentales y espirituales y buscamos de una u otra forma la satisfacción de esas necesidades y de quienes las satisfacen. Esto crea indudablemente fuertes vínculos que nos conducen al doloroso valle de los amores y odios y posteriormente al purgatorio de los apegos.

Cuando sentimos una gran necesidad de algo o de alguien  y manifestamos nuestros afectos hacia el objeto o ser, decimos que lo amamos. Solemos crear fuertes vínculos de dependencia con lo que amamos y nos sentimos frustrados, decepcionados o abandonados si por cualquier motivo nos son arrancados de nuestro lado esas cosas o seres queridos, o a veces solemos odiarlos si en algún momento dejan de responder a nuestras exigencias o rechazan lo que les ofrecemos. Pero luego, sobreviene la inevitable muerte, que nos lleva de regreso al mundo espiritual, mediante la disolución gradual de nuestra materia, vitalidad, emociones y pensamientos.  Después de un arduo trabajo y estancia en los mundos sutiles planeamos una nueva encarnación y regresamos a nuestro querido planeta tierra. En cada nuevo aterrizaje olvidamos por completo las personalidades de los seres a los que nos apegamos en las vidas anteriores. Quizás si somos algo sensibles podamos inconscientemente percibir a nuestros viejos conocidos y sintamos atracciones y repulsiones que nuestra  nueva mente no logra explicar . Pero los recuerdos conscientes acerca de hechos, personas, seres o cosas concretas desaparecen por completo como si hubiéramos sido atacados por una especie de Alzheimer espiritual .

 Nuestro sabio espíritu sabe que es inútil aferrarse a las formas y personalidades porque mientras permanezcamos en el nivel de consciencia que nos atrapa en el mundo de la secuencialidad, todo lo que vemos a nuestro alrededor tiene  los días contados ya que las leyes que rigen este sistema son las de la mutación  y la temporalidad, es decir que absolutamente todo lo que diferenciamos sensorialmente está sujeto al cambio y a la destrucción o muerte.

No obstante, la ilusión de la eternidad permanece latente en nosotros , alimentando nuestros apegos, y es la que nos hace aferrarnos a las formas externas. No quisiéramos que aquello que decimos amar desapareciera de nuestras vidas y ponemos en ellos con intensidad nuestros sentimientos. Cuando aparece el más leve indicio de un distanciamiento o de un cambio, nos afectamos fuertemente y tratamos desesperadamente de impedir por todos los medios que eso suceda. Solemos convertirnos en seres manipuladores o controladores o nos hacemos víctimas y dejamos que el sufrimiento ensombrezca nuestras vidas. Siempre estamos tratando de acumular, construir, sostener, estabilizar y retener lo que amamos porque hemos puesto en ello nuestra seguridad, olvidando por completo la impermanencia de lo creado. Gastamos gran parte de la energía tratando de hacer esto. Soñamos con ideales condiciones para nuestro futuro y el de nuestros seres queridos y tratamos de lograr esas condiciones con la mayor anticipación, pero suelen sorprendernos la enfermedad, la incapacidad, la pérdida y la muerte como fantasmas que nos acechan e impiden la realización de nuestros deseos. Nos enfocamos en lo externo porque nos desenfocamos de lo trascendental y olvidamos que en realidad somos la expresión del Espíritu Universal viviendo una experiencia humana transitoria.

El caminante consciente del Sendero ha de vivir su vida con plenitud, disfrutando por completo de la dicha del momento presente y ha de recordar que todo lo que está sucediendo a su alrededor junto con los seres que le acompañan constituyen lo más grandioso que la Madre Cósmica se le ha ocurrido como el mejor recurso para el despertar de la consciencia. Ninguna cosa, hecho, conocimiento o ser están ahí por azar, pero igualmente ninguno estará ahí por la eternidad. Todo mutará al igual que nosotros y se irá de nuestras vidas para siempre.

Si al pensar en esto sentimos dolor es porque en realidad no amamos aquello que deseamos tener para siempre, desconociendo su esencia real, que es en realidad la invisible vida que anima lo que los sentidos perciben.

El amor del Caminante del Sendero ha de ser sin apegos , comprendiendo el fluir de la vida en la secuencialidad, con libertad absoluta, sabiendo partir y dejar partir cada cosa, cada ser, cada emoción, cada pensamiento e idea, cada momento de nuestras vidas y destilando en todo instante la esencia de la experiencia vivida, la cual es en realidad la llave mágica del baúl de los secretos de la expansión de la consciencia. Solamente gratitud a la Divina Consciencia Universal ha de ser la sensación que se experimente frente a la eventual partida de cualquier cosa, idea o ser que amamos, pues es esta actitud una muestra clara de nuestra comprensión acerca de la naturaleza real de la creación. En realidad, más allá de la ilusión de los sentidos, todo lo que amamos, en esencia, ha estado siempre ahí y lo estará para siempre pues en verdad somos la Totalidad, la Infinitud y la Eternidad, más allá del tiempo y del espacio.

El Caminante espiritual ha de sobreponerse a sus antipatías, aprendiendo a dejar pasar lo que no le llama la atención pero sin censurar, rechazar o calificar, en una perfecta neutralidad ( el llamado Punto Cero), para evitar el desplazamiento de su energía hacia los polos opuestos del amor y el odio, ya que esta actitud lo mantendrá anclado en la secuencialidad y la separatividad, atrapado en la trampa del tiempo y del espacio por largas edades. Todo apego o antipatía constituyen una dura costra pétrea que impide la expansión de la consciencia y todo esfuerzo por soltar, dejar ser, dejar vivir, dejar partir en su libre ruta de mutación a las cosas, los seres, las personas y las ideas equivale al ablandamiento del tegumento de la semilla del árbol infinito que permite que el brote creciente avance en búsqueda de luz, más allá del reino de la oscuridad. Cada esfuerzo por comprender que lo tenemos todo, en esencia, y a la vez no somos dueños de nada, en la ilusión de lo externo, equivale a taladrar la dura roca de la caverna que encierra al ser Infinito, hasta logar perforarla para que la oscuridad sea vencida por la luz, esa Luz Infinita que siempre ha estado ahí, esa Luz sin tiempo y sin medida. 

Queridos amigos y caminantes, arriba y hacia adelante siempre, siempre. En su última aparición, el Maestro vino para recordarme que no estamos solos en ningún momento y que estará ahí apoyando nuestra labor. Hago extensiva su fuerza a todos los sinceros buscadores. Confíen siempre en la fuerza divina latente en su interior y en la provisión infinita de la Divina Providencia, esa todopoderosa Madre Cósmica que nos brinda sin límites todo lo que considera necesario y mejor para nuestro desarrollo. Sigamos trabajando persistentemente y busquemos romper la ritmicidad de la ola que nos lleva de la consciencia del mundo a la consciencia espiritual de nuestra realidad trascendental y visceversa, a tal punto que nos hagamos cada vez más conscientes de nuestro real propósito en esta encarnación y en esta creación.

Alipur Karim   

                     

jueves, 14 de junio de 2012

5a. ¿POR QUÉ ESTAMOS EN CRISIS?


¿POR QUE ESTAMOS EN CRISIS?

No crean que yo he venido
a traer la paz al mundo;
no he venido a traer paz,
sino guerra.
He venido a poner al hombre
contra su padre,
a la hija contra su madre
y a la nuera contra su suegra;
de modo que los
enemigos de cada cual
serán sus propios parientes.

Mateo 10: 34-36

Estas palabras del Cristo pueden parecer una contradicción a su mensaje de paz contenido en el evangelio. El hombre ha vivido y vive en conflicto; la guerra, la violencia, los conflictos sociales, familiares e individuales, están a la orden del día. Frente al conflicto y la crisis mundial, que abarca los tópicos del conocimiento, la economía, la política, la religión, el arte, y otros campos del acontecer humano, el hombre trata de encontrar soluciones a través de líderes, religiones, movimientos o grupos de personas. Sin embargo, aunque existen en la actualidad organizaciones mundiales de amplia trayectoria y de gran recorrido de tradición, la guerra sigue siendo el pan de cada día para los seres humanos. ¿Por qué vivimos en conflicto? ¿Por qué el Divino Maestro de la Luz, profetizó la guerra entre los hombres desde hace más de 2000 años? Porque la paz es interior; la paz no está dada por las condiciones externas sino que llega, únicamente, cuando el hombre se ha mirado interiormente y se ha liberado por voluntad propia de sus bajos sentimientos, acciones y pensamientos. 

La mayoría de los seres humanos desconocen la razón fundamental del conflicto y de la guerra, debido a que se ha dado más importancia a los valores materiales que a los espirituales y nuestra consciencia está sumida en el afán de la satisfacción o de la sobrevivencia. Aparentemente, vemos en el mundo una gran cantidad de injusticias: hambre, catástrofes, crímenes, asesinatos, despotismos, enfermedades aparentemente inmisericordes a las que no se les encuentra una cura, etc. Ante esto, muchos seres humanos levantan sus ojos al cielo y preguntan a la Divinidad el por qué de tanta injusticia, bien en su vida familiar o en la colectividad. En muchas de las ocasiones, tratamos de encontrar un culpable afuera y levantamos nuestro dedo acusador para señalar al causante de nuestros infortunios. Entonces señalamos a los directores, a los políticos, al presidente, al ejército, a la guerrilla, a los paramilitares, a los malévolos, a las ideologías, a los movimientos, a las otras naciones, al capitalismo, y hacia ellos enviamos todo nuestro juicio y junto con ello, todas nuestras emociones de odio y antagonismo. Sin embargo, encontrar al “culpable aparente”, no moviliza las fuerzas de paz y seguimos peleando por las cosas, por la gente y por las ideas. Si nuestros esquemas religiosos se hacen políticos, tampoco son suficientes para explicar la situación de la guerra y siendo que todos buscan la convivencia pacífica, entonces tenemos que reconocer que hay algo que nosotros no estamos teniendo en cuenta; algo que no conocemos o que no reconocemos.

Debemos comprender de alguna manera cómo funciona el Universo del cual hacemos parte, para poder entender el proceso del conflicto ¿Es la guerra una desgracia que nos llega sin causa justa, debida al azar o a la mala fortuna? ¿Acaso proviene de un Dios injusto? Si creemos que es por el azar, tendríamos que concluir que Dios, la Vida Universal, juega a los dados con el mundo, o reconocemos simplemente, que no es injusto y que la Inteligencia que creó un Universo con tantas maravillas de perfección, no puede haber descuidado los acontecimientos humanos y que detrás de todos hay una justicia y una búsqueda de perfección. Entonces, tenemos que reconocer que deben existir leyes que gobiernan las circunstancias y permiten el funcionamiento de los acontecimientos y la precipitación de los sucesos. Esas leyes son: la de Consecuencia, llamada también Ley de Causa y Efecto y la de Reencarnación, las cuales nos permiten entender de una manera más clara, el fluir de los acontecimientos sin ese sabor de injusticia. Debido a esas leyes, cada acontecimiento o suceso que se da en el presente, es el resultado de una causa anterior o de una vida anterior. Todo pensamiento, sentimiento, fuerza vital o acto que se ejecuta en una vida determinada, produce un efecto posterior de la misma naturaleza de la simiente que se siembra. Recogemos los frutos que sembramos en el pasado; la siembra es voluntaria y luego retornamos en otra vida para una cosecha obligatoria. Por el funcionamiento de esas leyes, nuestro Espíritu nos enfrenta a los efectos de las acciones pasadas, con el fin de aprender lo que desconocemos, desarrollar las virtudes que nos faltan, borrar los defectos y lo negativo que atesoramos, y equilibrar las fuerzas que hemos despertado y nos mantienen atados a los mundos inferiores de consciencia y a otros seres.

Ahora bien, todo conflicto externo refleja una batalla interior que se ha gestado desde el pasado y no se ha podido solucionar. Si estamos en desorden en nuestro interior tendremos desorden a nuestro alrededor, si tenemos odio en nuestro interior, tendremos odio a nuestro alrededor, si tenemos confusión en nuestro interior, veremos confusión a nuestro alrededor. Cuando los conflictos entre varios individuos son semejantes, entonces tendremos condiciones externas similares, tendremos desastres colectivos como guerras, catástrofes, epidemias, hambrunas, carencias extraordinarias, que afectan a toda una población, una nación o al mundo entero. Pero solamente nos hacemos conscientes del problema de la guerra, cuando nos viene a nuestra vida, en el momento de poner en evidencia nuestro conflicto interior y esto no debería ser así, pues el problema del mundo es también de cada uno de nosotros. Vivimos en una colectividad diseñada para un proceso, y como parte de ella, cualquier conflicto que se genere, es parte de nosotros mismos también. Si queremos una solución real al conflicto de la guerra debemos romper la ilusión de la separatividad y tener la certeza de que lo que beneficia o daño a uno, también daña o beneficia a toda la humanidad. Somos una unidad llamada humanidad, que es una expresión de la Divinidad misma. Solamente si comprendemos esto muy seriamente, podemos hacernos partícipes activamente del problema de la crisis mundial. Mientras lo consideremos como algo que no nos corresponde a nosotros, no podremos participar y dar una ayuda real al problema de nuestras propias vidas personales.

Ante el problema de la violencia se han buscado múltiples soluciones con el objeto de modificar únicamente las condiciones externas. Se han fundado sistemas políticos que buscan la igualdad económica y sistemas religiosos que dictan códigos, normas y leyes, y se han creado diferentes sistemas de organización de las colectividades y las sociedades, pero la guerra sigue. Mientras el individuo que conforma las instituciones no cambie, llevará a ellas sus propios conflictos y éstas estarán viciadas. La corrupción, la hipocresía, el no revisar el mundo interior, hace que no se limpien las instituciones y ellas, por grandes e internacionales que sean, no van a traer la paz. En la mayoría de los estados del mundo la política y la religión van de la mano, están aliadas. La religión hace parte de los asuntos políticos y los asuntos políticos tratan con los asuntos religiosos. Pero como la religión y la política están viciadas, se hacen tolerantes entre sí con cosas incorrectas; esto ha ocasionado una pérdida de fe en las instituciones. Esto, sin embargo, tiene algo de bueno, porque al perderse la fe, el individuo tiene que ir a confiar en un Dios más cercano, en uno que encuentra dentro de sí mismo. El problema requiere un cambio radical, no de leyes, ni de normas, porque existe aún la gran tendencia a infringirlas en la primera oportunidad y, además, todo obrar que se da por coacción, no corresponde a algo que se ha madurado en el interior. Las leyes coaccionan a los individuos por medio del temor al castigo, a la muerte, la condenación eterna, o por el ofrecimiento de promesas políticas o de prebendas religiosas. Hemos de hacernos conscientes realmente de que las catástrofes y la miseria, llegan a nuestras vidas cuando olvidamos nuestras verdaderas obligaciones y los valores mundanos predominan sobre los valores internos. Y aunque para muchos es muy importante Dios y los valores fundamentales y espirituales, no basta sólo con creer en ellos para que la paz exista, sino que se debe obrar en forma consecuente con las creencias. El único cambio real se logra mediante una comprensión dada por la autoindagación; la comprensión no es un proceso intelectual ni tampoco emocional. Si el individuo rige su vida únicamente por la razón se vuelve un ser frío, sin amor; si rige su vida solamente por la emoción, se llena de sentimentalismo con enamoramientos y temores. La comprensión es la fuerza real, es la voz del Espíritu, y nace de un proceso de entendimiento y de alerta persistente, donde se junta la fuerza del amor, con la de la inteligencia espiritual. Es un proceso que nadie puede hacer por nosotros, es único e individual. La comprensión no se logra mediante la evasión, ni con el liderazgo de alguien, pues nadie puede llevarnos a la paz.

Todos formamos parte de una sociedad y ésta es una proyección de los individuos que la conforman. El individuo construye una sociedad de acuerdo a como siente y piensa, más que como actúa, porque la acción es el resultado del pensamiento y del sentimiento; si la sociedad está en caos, es porque el individuo está en crisis. Es conveniente considerar tres factores en los cuales el individuo mantiene ocupada la mente y los sentimientos: las cosas con las cuales se relaciona para vivir, sobrevivir o satisfacerse; las personas con las cuales entra en convivencia, y las ideas, con su conjunto de dogmas, convicciones, creencias y el pensamiento de los demás. Si se logra que en esas tres relaciones, el individuo no tenga conflicto, entonces no habrá ningún caos en la sociedad; no existirán epidemias, ni catástrofes, ni calamidades, puesto que los acontecimientos obedecen a la Ley de Causa y Efecto y son la precipitación de nuestras formas de pensamiento y sentimiento.

En cuanto a la relación con las cosas es necesario diferenciar muy bien si existe una necesidad real de las mismas o si se depende psicológicamente de ellas. Nuestras necesidades básicas fundamentales son tres: el alimento, el vestido y el albergue. Ellas son indispensables para alimentar nuestro cuerpo, cubrir nuestra piel y proporcionar un techo donde dormir. Sin embargo, se han convertido en fuente de vanidad. Comemos alimentos sofisticados y que complican nuestra vida, vestimos prendas costosísimas, estrafalarias y de marca, y dormimos o queremos dormir, en suntuosas mansiones y palacios. Cuando las cosas se convierten en objetos de orgullo y vanidad, empezamos a depender psicológicamente de ellas, pues se vuelven una necesidad en la mente, no en la realidad. ¿Y por qué nos apegamos y dependemos psicológicamente de las cosas? Sencillamente, porque somos pobres interna y espiritualmente y tratamos de encubrir esa pobreza del ser, con cosas. Por las cosas hemos aprendido a mentir, engañar, defraudar, batallar, competir y nos destruimos unos a otros, ya que las cosas representan medios de obtención de poder. Si no se cambia internamente, aunque a cada persona se le repartiera dinero, casa, vestido o alimento en forma equitativa, los individuos buscarían otras formas de adquisición de poder, figuración, dominio y opresión, e igualmente sobrevendría la guerra. ¿Por qué fracasaron los esquemas comunistas? Sencillamente porque no trasformaron a los hombres y porque la felicidad no está en las cosas, ni en la organización, ni en los sistemas, sino en las emociones y los pensamientos del individuo.

En la relación con los demás, tenemos dependencia unos de otros, económica o psicológica, para la propia satisfacción, seguridad y tranquilidad. La relación de dependencia coarta la libertad de los individuos y cuando se acosa al otro y se le exige la satisfacción de una necesidad, se generan miedos y el miedo genera reacciones y las reacciones colocan en nosotros máscaras de agresión y éstas generan la violencia, el odio y la guerra; este es el origen del conflicto y del sufrimiento en las relaciones con los demás. Por otro lado, en la mayoría de las relaciones las personas viven pendientes del actuar, sentir y pensar de los demás. El asunto no está en tener presente al otro, sino en tenernos presentes a nosotros mismos, a través de una vigilancia constante de nuestros pensamientos, sentimientos y reacciones, para que ellos no generen violencia. No se trata de reprimir los instintos, sentimientos y las fuerzas, porque la represión genera más violencia. Si nuestros instintos y reacciones están a flor de piel no pueden ser reprimidos porque tarde o temprano estallarán y causarán un desastre mayor. Así que no es a través de la represión, del miedo o la coacción como lograremos mejorar nuestras relaciones. Muchos creen que se podrían superar por medio del desarrollo de virtudes y hay también existe un peligro. Si nosotros cultivamos solamente la bondad y la generosidad sin comprender la codicia, solamente estamos perpetuando la ignorancia y la crueldad porque la codicia sencillamente no se va a morir. Si nosotros cultivamos el perdón y la compasión sin comprender integralmente el problema de la convivencia, de la dependencia y del apego, nosotros sólo llegaremos al aislamiento. La virtud no es algo que viene de afuera, ni es una iluminación momentánea, ni producto del intelecto, de la bondad ni del sentimiento; una virtud verdadera surge espontáneamente de la vigilancia permanente de las acciones, sentimientos y pensamientos, mediante el cuestionamiento de las verdaderas intenciones, motivos y objetivos de todas las fuerzas que se generan. Las virtudes que se cultivan no son virtudes porque son solamente máscaras de represión que oprimen y ocultan nuestras verdaderas emociones, intenciones y pensamientos. El diamante de la santidad no se pule por fuera sino por dentro.

El tercer punto es el de los pensamientos y las ideas. La vida actual se rige por dogmas, esquemas, sistemas políticos y religiosos, que son seguidos a fe ciega por los individuos, impidiendo el libre movimiento natural del proceso evolutivo. Cuando esto sucede, la creencia se cristaliza y genera corrupción y la corrupción genera violencia, pues el individuo se fanatiza y trata de defender las ideas en las que confía, creyendo que son las únicas y verdaderas. Así, menosprecia a los demás generando una de las mayores causas de separatismo. El hombre debe comprender que existen muchos e infinitos modos de comprender la realidad del mundo, los cuales generan distintas maneras de pensar, diferentes concepciones y esquemas. Pero lo importante no son las religiones, los idiomas, ni los esquemas, sino la esencia primordial de los mismos. Si nosotros discutimos por palabras, por términos, opiniones, ideas, religiones o por dogmas y contradecimos el pensamiento de otros, aunque estemos en libertad de hacerlo, eso no debe generar conflicto. Muchas veces el conflicto no lo genera quien expresa su desacuerdo, sino el que se siente ofendido porque el otro no comparte sus creencias ¿Por qué existe ese afán de defender cosas, ideas, ideologías, razas y banderas? Defendemos lo que creemos, tenemos y pensamos porque eso nutre la vanidad de nuestra personalidad y esto llena el vacío interior de nuestra pobreza espiritual, pues carecemos de valores reales, buscando entonces los artificiales. Usamos etiquetas, trajes extraños, emociones prestadas y triunfos de otros, para pretender ser grandes. Para poder vencer esa tendencia al automatismo mental, al condicionamiento y al fanatismo, es necesario abrir una puerta de tolerancia al conocimiento de todos los esquemas y los movimientos mundiales. Debemos dejar de ser ciudadanos de un pueblo, de una nación, para ser ciudadanos de la tierra y nuestra religión ha de ser la de hacer el bien.

A modo de resumen, en la relación con las cosas debemos evaluar, si las que tenemos y deseamos, son realmente una necesidad o la búsqueda de un placer, con el fin de llenar un vacío interior. Ante la convivencia con la gente debemos reconocer la relación de dependencia y de apego que se tiene, y en cuanto a las ideas hemos de aclarar completamente nuestra mente consciente, a través de la observación permanente, para revisar nuestros dogmas y creencias y ver si son reales o heredados; si somos imitadores de pensadores o pensadores, y ver si aquello que imitamos pertenece a nuestra real condición o lo estamos siguiendo a ciegas. De esta forma iniciaremos más fácilmente el proceso de transformación interna, el cual implica una revolución interior.

Revolución viene de revolver, es decir de mezclar todo lo acumulado o que ha sido oculto por la represión de muchos años, dogmas y condicionamientos. Solamente si nos limpiamos por dentro, ofreceremos cosas buenas a la sociedad; no habrá lujuria, pereza, gula, evasión, codicia, ni deseo de imponerse a otros. Cuando todos hagamos el proceso de limpieza interior, la sociedad será el producto de la belleza, la bondad, la justicia, la verdad y la libertad; no habrá leyes que nos coaccionen y sólo así se acabarán las crisis y las guerras mundiales que impiden alcanzar la tan anhelada Fraternidad Universal.       

José Vicente Ortiz (A.K.)

DISCIPULADO No.5: ROMPIENDO EL VELO ASTRL


DISCIPULADO No.5
ROMPIENDO EL VELO ASTRAL
Él discípulo debe hacer un interesante trabajo con su cuerpo mental, el cual consiste en una triple transformación del proceso del pensar, con miras a tener una mejor apreciación de la realidad y un contacto directo con la Sabiduría. Tres velos deberán ser rotos por la fuerza espiritual en el entrenamiento de su mente: el velo astral, el velo mental y el velo espiritual. El primero busca conectar la mente con la respuesta primaria del cuerpo astral, del sentimiento y la emoción; el segundo busca romper el mecanismo del pensamiento secuencial y el tercero logra romper la dualidad y la secuencialidad.
El objetivo de este triple trabajo es el de permitir el desarrollo de la consciencia a partir del proceso automático inconsciente de la mente y llevarla hasta un nivel de percepción altamente consciente con proyección directa de esa percepción en la mente racional y con capacidad de proyección de esa consciencia hacia otras mentes.
El primer trabajo consiste en descubrir que más allá de cualquier acción racional personal, existe una respuesta primaria emotiva  subconsciente que viene por la vía del cuerpo astral. Esta respuesta primaria es instintiva,  proviene de nuestro subconsciente  y es deformada por las construcciones que hemos hecho con nuestro pensamiento, en nuestro intento por definir la realidad, lo cual hace parte del inconsciente individual,  es decir que en el proceso del pensar interpretamos a nuestro modo y nos hacemos una idea e imagen que tomamos por la realidad y creemos adicionalmente que ésta es la misma realidad que todos ven, sin apreciar que cada cual maneja su propia distorsión de esa realidad.
En la actualidad damos una gran importancia al pensamiento conceptual y al raciocinio y creemos que este es el único instrumento de aprendizaje. Los caminantes del sendero, al investigar el proceso de evolución, han de recordar que el manejo de un cuerpo mental elaborado apenas comenzó en la época atlante, hace menos de dos millones de años  para la mayoría de la humanidad, y en la época lemúrica, hace unos 65 millones de años, para los avanzados de la humanidad que son tan solo unos pocos. Antes de eso, todo el proceso de aprendizaje ocurrió mediante el mecanismo instintivo, libre de cualquier proceso del pensar. Este proceso se dio con la ayuda de ciertas jerarquías creadoras que guiaron a la humanidad futura mediante patrones emocionales arquetípicos, sabiamente construidos por ellas bajo la dirección del Arquitecto o Logos Solar, cuya Mente interpenetra todas las cosas que están bajo su dominio.
El mecanismo automático instintivo  hace que en el proceso de elaboración del pensamiento se recurra a la memoria, mas no exclusivamente a la memoria conceptual que es la que se relaciona con el aprendizaje intelectual, sino que se evoca  un patrón de sensación basado en las percepciones sensoriales que se captaron en diversos momentos de experiencia relacionadas con lo que se piensa. Ese patrón incluye nuestras sensaciones de agrado o repulsión, según si la experiencia resultó placentera o dolorosa a nivel físico, revitalizadora o desgastante a nivel energético (etérico) o si se experimento una sensación de emoción o sentimiento de elevado nivel como alegría, agrado, bienestar, confianza, amor, seguridad etc., o si por el contrario hubo vibraciones astrales bajas como temor, angustia, ira, tristeza, celos, odio etc.  Igualmente está registrado allí el impacto de la experiencia en nuestra supervivencia. Todo lo que hayamos sentido que amenazó nuestra vida y subsistencia activará la fuerza de repulsión propia de los bajos niveles del mundo astral y lo que las favoreció evocará la fuerza de atracción, característica de los elevados niveles del mundo emocional.
El patrón de sensación genera reacciones instintivas que afectan al pensamiento, a las emociones, reviviéndolas, si no han sido convenientemente elaboradas y al cuerpo físico, el cual moviliza sus mensajeros químicos y nos hace experimentar sensaciones corporales que frecuentemente están ligadas a la emoción. Si la experiencia ha sido traumática o fuertemente impactante para el individuo, la reacción será violenta e impactante nuevamente y el lenguaje corporal mostrará claras señales de rechazo. Todas las sensaciones que evocan la fuerza de repulsión generan una sensación de malestar, incomodidad o insatisfacción, que en forma automática tratamos de evitar, mediante evasión u oposición, es decir escapando de la experiencia externa o interna o siendo antagónicos a ella. Esto, obviamente, limita nuestra capacidad de percepción y de aprendizaje, cerrando nuestra mente en espacios condicionados, limitados por nuestras apetencias y aborrecimientos y creando un gran temor de salir de allí por miedo a perder nuestra seguridad o a experimentar dolor o sufrimiento.
Si logramos conectar, mediante la atención, a nuestra mente con la respuesta astral distorsionada y rompemos el automatismo condicionado que genera, veremos que detrás de este opera el patrón  original arquetípico inconsciente, que es proyectado por la Mente Divina Macro cósmica, y que constituye una vía segura hacia la acción recta y la clara percepción de la realidad, lejos de toda distorsión. Solo se logra una mente abierta cuando nuestra aparente mente individual se identifica con este primario impulso. Después de esto será necesario romper los otros dos velos.
Medita profundamente sobre este escrito y ante todo practica, trabaja arduamente en ti, hasta que logras romper el velo astral.
Alipur Karim